He resistido el paso de los frutos
y de estaciones plenas de caricias
insólitas y negras, sin asombro.
No sé si poesía es todo esto:
forma de defender lo que no es mío,
de perseguir la vida tras la muerte.
Perdido por el bosque muchas veces,
mis miguitas de pan fueron los besos
que estampaban los muertos en mi rostro.
Otros besos visibles me arroparon
en esa cuna antigua de mi alma.
Cuando no me asustaban los recuerdos.
Alguna vez me besan y no hay nadie.
Y yo prometo ser mejor, ganarme
ese soplo de infancia en mi mejilla.
(«Las deletéreas áreas», Ed. Tabla Rasa, 2003)